Llevo muchos años dedicándome a los perros, he aprendido, compartido y disfrutado de los conocimientos sobre perros de una gran variedad de adiestradores, educadores y científicos de primer nivel. He conocido, estudiado y me han influido muchos, muchísimos, enfoques, acercamientos, propuestas y visiones sobre los perros, su entrenamiento y la gestión de su comportamiento.

Sin embargo, hay una persona (y su perro) cuyo trabajo, en un momento sensible de mi formación, me aportó enfoque y brújula: una dirección clara, cuando no la tenía -más allá de lograr buenos resultados y respetar al perro- y ni siquiera me planteaba que la hubiera, que pudiera haberla.

Desde entonces, he tecnificado y variado lo que hago, cómo lo hago y la base conceptual -filosófica, científica y tecnológica- de mi trabajo, pero no he cambiado el rumbo. Creo que gran parte de cualquier éxito que haya podido tener es consecuencia de esa serendipia, de ese momento.

Cuando iniciamos TPPyTQ en IG este fue el primer tema que quise y propuse hacer, pero decidimos que era demasiado abuelocebollitismo para empezar, para el medio, para el formato y para quienes esperábamos que fueran el público. O sea, que era un como que no, pero en plan muy no. Y eso que es una historia chula, con cierre emocionante. Desde entonces se ha ido moviendo de carpeta, pasando cada temporada a la de “pendientes/posibles, pero con ojito Carlos, que esto es Instagram”. Para mí, TPPyTQ en IG no puede cerrarse sin este programa, que hubiera deseado que lo abriera.