Verdades eternas

23 ott 2023 · 31 min. 39 sec.
Verdades eternas
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Anécdota: “Comenzaron a acusarle de predicar -a san Josemaría- "ejercicios de vida" en lugar de los tradicionales "ejercicios de muerte”. Era entonces tradicional que algunos acentuaran la consideración de los...

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Anécdota: “Comenzaron a acusarle de predicar -a san Josemaría- "ejercicios de vida"
en lugar de los tradicionales "ejercicios de muerte”.
Era entonces tradicional que algunos acentuaran la consideración de los novísimos en
las meditaciones capitales de los ejercicios. Los temas centrales de la predicación
llevaban derechamente a las postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria. De modo
que el ejercitante aplicaba a ellas su meditación.
Pero aun siendo archisabido que la muerte acecha al doblar una esquina cualquiera,
no por eso gusta la gente de que se lo recuerden con demasiada frecuencia, o que
algún desaprensivo les eche de sopetón esa verdad a la cara. Y, ¿cuál será la reacción
de los poderosos en semejante coyuntura?
Entre las muchas noticias recogidas en la famosa carta de marzo de 1946 —escrita a
trocitos y de composición accidentada— hay unas palabras que acaso se deslicen
inadvertidas entre el curso tumultuoso de los sucesos. Y son éstas: Me han encargado
—escribe don Josemaría con fecha 26 de marzo— que dé ejercicios al jefe de Jesús |#
103|, durante la Semana de Pasión. Veremos qué sale.
El me han encargado es una discreta alusión a la autoridad de don Leopoldo, que
preparó los ejercicios espirituales que don Josemaría dio en el palacio de El Pardo a
Franco y a su esposa, del 7 al 12 de abril de 1946 |# 105|. Salen a relucir aquellos
ejercicios, con ocasión de una anécdota desconectada ya de los sucesos y
circunstancias del pasado. En 1946, España vivía una paz muy frágil, amenazada por
presiones del exterior. Ante el riesgo de nuevos conflictos, la nación cerró filas, a la
defensiva, colocándose al lado de los poderes constituidos, y buena parte de todos los
ambientes significativos prodigaba alabanzas y elogios a la figura del Jefe del Estado.
Y sucedió uno de aquellos días que el sacerdote preguntó a Franco:
— ¿Es que no ha pensado nunca, Excelencia, en que puede morirse en cualquier
momento?
Pasaron unos días y, charlando don Josemaría con don Leopoldo, salió a relucir la
conversación con Franco y don Leopoldo le interrumpió:
— «Usted no hará jamás carrera»”.
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Autore José María Santana
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