En un rincón del tiempo, Otoniel y Dolores, dos almas que el destino quiso juntar, unieron sus destinos, sus sueños y temores, forjando un amor que el tiempo no logró domar. Las estrellas brillaban en sus ojos de esperanza, y el sol en sus sonrisas, cálido y radiante, sus corazones latían en dulce dulce consonancia, un amor eterno, infinito, desafiante. Más la Muerte, celosa, cruzó su sombra oscura, llevándose a Dolores, dejando el vacío, Otoniel en su pena, sintió el peso de la realidad de perder su amor y su desafío. Entre lágrimas y suspiros, en noches sin consuelo, el recuerdo de Dolores lo abraza en la penumbra, pero en la brisa, sus almas se encuentran en el vuelo, y su amor resuena, en el silencio, sin tumba. Porque el amor verdadero no entiende de distancias, ni de mundos separados, ni de sombras ni lamentos, Otoniel y Dolores, en sus etéreas instancias, permanecen unidos en sus secretos momentos. El amor que los guía, trasciende la existencia, y en la eternidad, sus corazones se funden, Otoniel y Dolores, con susurros de persistencia, son testamento de que el amor, a la muerte, confunde.
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