Santiago-162 ¿Hacedores o jueces?
30 ott 2024 ·
6 min. 51 sec.
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Descrizione
¿Hacedores o jueces? La epístola de Santiago presenta dos tipos de personas, los hacedores y los jueces. En el capítulo cuatro, versículos 11 dice: ”Hermanos, no murmuréis los unos de...
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¿Hacedores o jueces?
La epístola de Santiago presenta dos tipos de personas, los hacedores y los jueces. En el capítulo cuatro, versículos 11 dice: ”Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.”
En el capítulo 1, versículo 22 nos instaba a ser hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores. Luego, en el capítulo 3, versículo 11 nos reta diciendo : “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.”
Aquel que es un hacedor, se hace notar, no por su palabrería, sino por su conducta justa, que refleja el carácter de Dios.
Pero todos corremos el riesgo de convertirnos en jueces, más que hacedores. Pensamos que somos dignos de analizar la conducta de otros y decidir si ellos están cumpliendo las leyes de Dios. Con esto no me refiero a la evaluación continua de nuestro andar con Dios con ánimo de avanzar y ayudar a otros en el camino, sino a la actitud que dicta sentencias contra otros al mismo tiempo que se enorgullece de su propia conducta piadosa.
Esta actitud nos lleva a murmurar contra otros cristianos, ya sea en voz alta o internamente. Santiago nos advierte que cuando hacemos esto, no estamos siendo hacedores, sino que nos hemos ascendido a nosotros mismos al puesto de juez. Y nos reprende el versículo 12 del capítulo 4 diciendo: “Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?”
Esta actitud de jueces nos lleva a pensar que nosotros somos más sabios, comparándonos con otros. Produce celos y contiendas que nos llevan a pecar.
Nuestras pasiones, nuestros juicios, nuestra propia sabiduría personal nos lleva a crear conflictos interpersonales en lugar de buscar la paz y llevar a otros a que conozcan a Dios, el único que les puede salvar. En el capítulo 3 se nos advierte:
“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.”
Saniago 4:1 nos explica el origen de los conflictos:
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”
En lugar de mantenernos limpios de la supuesta sabiduría de este mundo, caemos en el juego del maligno y dejamos que nos persuada. Sin embargo, la salida de esta actitud la tenemos en el mismo texto. Dicen los versículos 6-8:
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”
Con esta actitud de humildad, resistiendo la soberbia diabólica que quiere apoderarse de nosotros, podemos acercarnos a Dios para oír y hacer su voluntad.
Cuando nos declaramos hacedores, dejamos de juzgar y ponemos todo nuestro esfuerzo en tener buena conducta y ayudar a otros a que sigan el camino de la fe. El libro de Santiago acaba con una preciosa verdad que nos anima a vivir así.
“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.” (Santiago 5:19-20)
Esto lo podemos hacer cuando somos hacedores y no jueces. Vivamos así, tengamos paciencia y afirmemos nuestros corazones, nos dice Santiago 5:8; “porque la venida del Señor se acerca.”
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La epístola de Santiago presenta dos tipos de personas, los hacedores y los jueces. En el capítulo cuatro, versículos 11 dice: ”Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.”
En el capítulo 1, versículo 22 nos instaba a ser hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores. Luego, en el capítulo 3, versículo 11 nos reta diciendo : “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.”
Aquel que es un hacedor, se hace notar, no por su palabrería, sino por su conducta justa, que refleja el carácter de Dios.
Pero todos corremos el riesgo de convertirnos en jueces, más que hacedores. Pensamos que somos dignos de analizar la conducta de otros y decidir si ellos están cumpliendo las leyes de Dios. Con esto no me refiero a la evaluación continua de nuestro andar con Dios con ánimo de avanzar y ayudar a otros en el camino, sino a la actitud que dicta sentencias contra otros al mismo tiempo que se enorgullece de su propia conducta piadosa.
Esta actitud nos lleva a murmurar contra otros cristianos, ya sea en voz alta o internamente. Santiago nos advierte que cuando hacemos esto, no estamos siendo hacedores, sino que nos hemos ascendido a nosotros mismos al puesto de juez. Y nos reprende el versículo 12 del capítulo 4 diciendo: “Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?”
Esta actitud de jueces nos lleva a pensar que nosotros somos más sabios, comparándonos con otros. Produce celos y contiendas que nos llevan a pecar.
Nuestras pasiones, nuestros juicios, nuestra propia sabiduría personal nos lleva a crear conflictos interpersonales en lugar de buscar la paz y llevar a otros a que conozcan a Dios, el único que les puede salvar. En el capítulo 3 se nos advierte:
“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.”
Saniago 4:1 nos explica el origen de los conflictos:
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”
En lugar de mantenernos limpios de la supuesta sabiduría de este mundo, caemos en el juego del maligno y dejamos que nos persuada. Sin embargo, la salida de esta actitud la tenemos en el mismo texto. Dicen los versículos 6-8:
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”
Con esta actitud de humildad, resistiendo la soberbia diabólica que quiere apoderarse de nosotros, podemos acercarnos a Dios para oír y hacer su voluntad.
Cuando nos declaramos hacedores, dejamos de juzgar y ponemos todo nuestro esfuerzo en tener buena conducta y ayudar a otros a que sigan el camino de la fe. El libro de Santiago acaba con una preciosa verdad que nos anima a vivir así.
“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.” (Santiago 5:19-20)
Esto lo podemos hacer cuando somos hacedores y no jueces. Vivamos así, tengamos paciencia y afirmemos nuestros corazones, nos dice Santiago 5:8; “porque la venida del Señor se acerca.”
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Autore | David y Maribel |
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