Orígenes y trifulcas tras la jornada laboral de 8 horas

22 mag 2023 · 14 min. 36 sec.
Orígenes y trifulcas tras la jornada laboral de 8 horas
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Mucho se debate en los últimos tiempos sobre si la jornada laboral de 40 horas semanales repartidas en cinco días se adecúa al estilo de vida de la sociedad actual....

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Mucho se debate en los últimos tiempos sobre si la jornada laboral de 40 horas semanales repartidas en cinco días se adecúa al estilo de vida de la sociedad actual. Lo que no deja lugar dudas es el tiempo que lleva implantada en nuestro país: más de 100 años. Los inicios de esta rutina laboral están en la que muchos definen como la huelga más exitosa hasta la fecha en la mejora de los derechos de los trabajadores. El título no es para menos: de ella salió la primera ley de Europa en fijar el máximo legal de horas de trabajo diarias en ocho, aunque para ser justos con la historia, varios siglos atrás, y también en España, ya se había realizado el primer acercamiento a la reducción de jornada mediante un decreto firmado por el mismísimo Felipe II.

En febrero de 1919 tuvo lugar una huelga en Barcelona que paralizó la ciudad y la industria catalana durante 44 días y que cambió la historia del país. Se inició en la 'Barcelona Traction, Light and Power Company, Limited', una eléctrica de origen anglo-canadiense que en España operaba a través de la sociedad Riegos y Fuerzas del Ebro. El nombre tan engorroso quedó reducido a 'La Canadiense', como se la conocía comúnmente en las calles.Al frente del movimiento estaba la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sindicato en auge en aquellos años que dirigió no solo los paros sino también las repetidas acciones de insumisión civil que ayudarían a sentar las bases de la jornada laboral hoy vigente.
Pero vayamos por partes: ¿a qué se debió la huelga? El germen está en la bajada de sueldo que afectó a parte del personal de oficina de la compañía después de que se les pasara de temporales a fijos. La buena nueva del cambio de contrato quedó empañada por la rebaja salarial comunicada el 2 de febrero. Ocho de los afectados, que eran miembros de la CNT, iniciaron la protesta y fueron despedidos por la empresa, lo que terminó de caldear el ambiente al ver también coartada su libertad de sindicación. El 5 de febrero, los trabajadores del departamento de facturación se sumaron al paro para exigir la readmisión de los despedidos y elevaron la queja hasta hacerla llegar incluso al alcalde, Antonio Martínez Domingo. También fueron despedidos, y el guion se repitió; trabajadores de más secciones se unieron al movimiento y llegó un punto de no retorno. Para el 8 de febrero ya casi la totalidad de la plantilla estaba en huelga e incluso el paro se extendió a otras empresas, como Energía Eléctrica de Cataluña.
Los trabajadores de La Canadiense conocían su poder y lo utilizaron. De la compañía dependía el suministro eléctrico de otras muchas industrias, que se vieron forzadas a parar la producción. Con la sartén por el mango, los huelguistas expusieron a la empresa varias condiciones para reanudar la actividad, entre ellas, la readmisión de los despedidos o una subida salarial... y todo sin represalias. La respuesta de la empresa llegó dos días después a través de un comunicado en el que sólo denunciaba el oportunismo político de los sindicatos.
La situación se recrudeció en pocos días, aunque el 12 de febrero se documentó uno de los capítulos más terribles de la protesta: el asesinato de un cobrador que se negó a secundar el paro. El suceso, sin embargo, no significó el fin de la huelga. Los trabajadores de todos los ámbitos empezaron a ver margen para conseguir una mejora de las condiciones y el día 17 se sumaron las empresas del textil. Para el 21 la huelga ya afectaba a todo el sector eléctrico y el 27 se había extendido también a las compañías de agua y gas. La industria catalana casi en su totalidad estaba paralizada y, por tanto, lo estaba la ciudad.
Los intentos del Gobierno del momento que dirigía Álvaro Figueroa y Torres (Conde de Romanones) y de la Alcaldía por restablecer los servicios no llegaron a buen puerto. Las exigencias de los obreros se apilaban, como lo hacían las amenazas desde los despachos: quienes no volvieran a trabajar el 6 de marzo serían despedidos. De nuevo, la amenaza tuvo el efecto contrario. El 7 de marzo se unió el sector ferroviario y el 12 el paro ya era general pese a que las miles de detenciones que se acumulaban para entonces. Se dice que el castillo de Montjuic llegó a contar con casi 3.000 presos.El 13 de marzo el Gobierno accedió a la negociación, todo esto bajo un estado de guerra decretado y la censura de prensa vigente. Entre los días 15 y el 16 de marzo se cerró un acuerdo por el que se ponía fin al conflicto, se restablecía la libertad para los presos sociales, se readmitía en sus puestos de trabajo a todos los huelguistas (con mejora salarial incluida y el pago la mitad del mes que duró la huelga) y se estableció la jornada laboral máxima diaria de ocho horas. Fue aceptado el 19 de marzo y la huelga de La Canadiense se dio por exitosa.
Sin embargo, la revuelta social no acabaría ahí. El incumplimiento por parte del Gobierno con la liberación de los presos provocó que el 24 de marzo se volviera a declarar una huelga general en Cataluña, pero esta se encontró con una reacción más severa por parte de las autoridades, que desplegó al ejército en las calles desde el minuto uno. Para apaciguar las aguas, el 2 de abril se concretó el el decreto que impondría la jornada de 8 horas desde octubre, lo que convenció a muchos trabajadores para volver a sus puestos. El 14 de abril, este segundo paro general se dio por concluido.
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Autore elEconomista
Organizzazione elEconomista
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