Hay energías que el universo no puede contener, fuerzas irreductibles, genios incandescentes. Así sucedió aquel 27 de febrero del 77, el día que el mundo avistó por primera vez al cometa, el día que una nueva luz apareció en la bóveda celeste; una combinación extraordinaria de genes, conexiones neuronales, corazón, e instintos; pelusa cósmica, una creación irrepetible, era el meteoro que impactaría al planeta. Tan sólo 16 años y 121 días tenía Diego Armando Maradona cuando debutó con la Selección Argentina. Bastaron 11 juegos en primera división para que el maestro Menotti le diera la alternativa al prodigio. Él sabía que cuando llegara el momento, sólo cuando llegara, Diego los haría campeones. Ni antes, ni después. Había que dar el salto y transitar el sendero de los héroes. Vivirlo, sufrirlo, pagar el precio. Y así sucedió. Maradona los hizo primero campeones juveniles en el 79, y después campeones absolutos en el `86. La leyenda dice que fueron 91 partidos con la albiceleste y 34 goles. Además dirigirlos en Sudáfrica. Un amor para toda la vida que comenzó a los 16 años de edad. Así fue aquel 27 de febrero del 77, la tarde en que un Diego adolescente recibió sus galones de general, e igual que el joven Alejandro Magno, se lanzó a conquistar el mundo. Porque los prodigios siempre se adelantan a su tiempo, los prodigios son fuerzas irreductibles, energías que el universo no puede contener.