Como buen delirio de ciudad pequeña solemos pensar que acá no pasa nada, nos acompaña una especie de desasosiego producto de la añoranza del pasado y la promesa del progreso. Eso nos deja en una especie de limbo que no nos permite disfrutar lo que realmente está pasando, hace que percibamos la ciudad como un lugar de tránsito pero no como un espacio para echar raíces, un espacio para habitar, no nos damos cuenta del esfuerzo de algunos por crear espacios capaces de afectarnos emocionalmente y así dotar de sabor la vida cotidiana. Pero ante todo nos queda el arte, unas prácticas capaces de permitirnos habitar un espacio porque nos aferra, nos reúne en comunidad, nos permite proyectarnos.