La gripe equina que hundió la economía de EEUU

31 gen 2022 · 7 min. 8 sec.
La gripe equina que hundió la economía de EEUU
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La Covid no ha sido el primer virus capaz de lograr paralizar la economía de Estados Unidos. Ni el primero en provocar una gran crisis mundial. Ese "honor" corresponde a...

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La Covid no ha sido el primer virus capaz de lograr paralizar la economía de Estados Unidos. Ni el primero en provocar una gran crisis mundial. Ese "honor" corresponde a la gripe equina, una enfermedad que ni siquiera afectó a los humanos directamente, pero que tuvo consecuencias trágicas para la actividad de todo el país, allá por 1872.

En aquella época, en Estados Unidos vivían 39 millones de personas, mientras que el número de caballos superaba los 7 millones, a los que hay que sumar más de un millón de mulas. En total, más de 8 millones de equinos. Que además jugaban un papel fundamental, tanto para el transporte, para la economía... para la vida. Se puede decir que eran, literalmente, el motor del país.

Ese año, en Canadá, a las afueras de Toronto, se reporta un brote que afecta a los caballos. En solo unos días la mayoría de los animales de la ciudad, como los que se utilizaban para mover el tranvía y que dormían juntos, o los que se resguardaban en establos libres, abarrotados, estaban contagiados. Los síntomas de gripe eran inconfundibles: tos áspera, fiebre, orejas caídas... casi no podían ni sostenerse en pie, y muchos acababan cayéndose, agotados. Muchos morían.

En Estados Unidos se preocupan, pero en aquella época la información no viaja tan rápido y las decisiones no se pueden tomar con la misma celeridad. Cuando deciden cerrar la frontera a los caballos canadienses ya es tarde. El virus ya ha cruzado, y ya se detectan casos en las ciudades más al norte, como Detroit o Boston.

Ojo, lo del virus lo sabemos ahora. Entonces aún estaban a 20 años de que los científicos identificasen el primer virus. No estaba muy claro cómo se contagiaba ni qué se podía hacer para evitarlo. Los propietarios de los caballos no sabían qué hacer. Desinfectaron los establos, les pusieron mantas nuevas... Con un conocimiento veterinario aún muy primitivo, muchos recurrían a compuestos controvertidos como la ginebra con jenjibre. Por supuesto, también hubo quién recurrió a la fé para tratar de frenar el virus.

Evidentemente, estos remedios no funcionaron. En días, todos los caballos del este del país estaban contagiados. Una noticia del New York Times de la época señala, por ejemplo, que el 95% de los caballos de Rochester estaban contagiados. En diciembre, los equinos del Golfo de México eran los afectados. A principios de 1873, se detectan brotes en la costa oeste. En cuestión de semanas todo el país se había visto afectado.

Y no se trataba de un problema de bienestar animal, una preocupación que entonces daba sus primeros pasos, sino económico, vital.

Hay que tener en cuenta que en aquel momento los caballos y las mulas eran claves para el funcionamiento del país. La mayor parte del comercio y del transporte urbano dependía de las mulas. En Nueva York llegó un momento en el que se paralizaron todos los viajes. Los tranvías no funcionaban. También afectó al transporte de mercancías, por supuesto. Los barcos y los ferrocarriles dejaron de funcionar porque el carbón que alimentaba sus calderas no podía llegar hasta el puerto. Y por si fuera poco, no podía seguir sacándose carbón de las minas porque, efectivamente, también dependía de los caballos.

Las cosechas no podían llevarse a los mercados. Muchos productos perecederos se pudrían en los puestos, ya que nadie podía ir a recogerlos. Los bares se quedaron sin cerveza. Los carteros no podían repartir la correspondencia. Algunos comerciantes, asustados, llegaron a contratar a gente para tirar de los carros.

Como también afectó al transporte de pasajeros, había bodas y funerales, los grandes eventos del momento, a los que asistía mucha menos gente, que no podía llegar.

Uno de los sucesos más terribles se produjo en Boston, cuando un incendio arrasó parte del centro de la ciudad, debido a que los bomberos no pudieron llegar a tiempo para extinguirlo, al tener que ir andando.

¡Hasta el Ejército se vio afectado! Envueltos en varias guerras contra los indios por todo el país, contra los apaches, los comanches, cheyenne, los Sioux... no pudieron contar con el apollo de la caballería. Tuvo que ser la infantería, a pie, la que durante semanas tuvo que pelear en solitario.

En fin, toda la vida fue interrumpida. En la fase más grave de la pandemia muchos estadounidenses llegaron a preguntarse si el mundo volvería a ser como antes alguna vez. Un periódico de Boston, tal y como recoge Smithsonian Magazine, destacaba que el virus reveló a todos que los caballos no eran solo propiedad privada, sino ruedas en la gran maquinaria social, cuya interrupción significa un daño generalizado para todas las clases y condiciones en las personas.

Pero la enfermedad fue perdiendo fuerza. El temor a una hambruna de carbón, como se le denominó entonces, no llegó a concretarse, más allá de una subida del precio de los combustibles por el miedo a esa posible falta de abastecimiento. Las ciudades fueron recuperándose poco a poco. En la primavera de 1873 los equinos ya se habían recuperado y vuelto al trabajo, y la normalidad era casi absoluta. Se calcula que entre el 1% y el 2% de los caballos fallecieron.

Todo lo ocurrido durante aquellos meses tuvo dos consecuencias clave. Por un lado, supuso un impulso para la causa animalista. Fueron muchos los que se replantearon entonces el trato que se daba a los caballos, que definieron como propio de la edad media.

Por otro lado, muchos consideran que esta pandemia fue una de las causas que contribuyeron a provocar la crisis de septiembre de 1873, considerada la primera depresión económica global.
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Autore elEconomista
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