Evangelio Del Día Sábado 11 de Marzo | El Señor Escucha | Hoy en Oración

11 mar 2023 · 5 min. 32 sec.
Evangelio Del Día Sábado 11 de Marzo | El Señor Escucha | Hoy en Oración
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Evangelio Diario LITURGIA - 11 DE MARZO DE 2023 Ciclo A - Año I - Color Morado II Semana del Tiempo de Cuaresma Liturgia de las Horas Tomo II II...

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Evangelio Diario
LITURGIA - 11 DE MARZO DE 2023
Ciclo A - Año I - Color Morado
II Semana del Tiempo de Cuaresma
Liturgia de las Horas Tomo II
II Semana del Salterio
Primera Lectura Miqueas 7, 14-15. 18-20
Salmo 102
Evangelio Lucas 15, 1-3. 11-32

“El padre lo vio y se conmovió”

PALABRAS DEL SANTO PADRE
Aquellos que tienen sed de salvación pueden saciarla gratuitamente en Jesús, y el Espíritu Santo se convertirá en él o ella en una fuente de vida plena y eterna. La promesa de agua viva que Jesús hizo a la mujer samaritana se hizo realidad en su Pascua: “sangre y agua” brotaron de su costado atravesado (Juan 19, 34). Cristo, Cordero inmolado y resucitado, es la fuente de la que mana el Espíritu Santo, que perdona los pecados y regenera la nueva vida. Nuestra búsqueda y nuestra sed encuentran en Cristo la satisfacción plena, manifestaremos que la salvación no está en las “cosas” de este mundo, que al final llevan a la sequía, sino en Aquél que nos ha amado y nos ama siempre: Jesús nuestro Salvador, en el agua viva que Él nos ofrece. (Ángelus, 15 de marzo 2020)


REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY (Fray Juan José de León Lastra O.P.)
El padre lo vio, se conmovió y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo
La parábola que nos dice cómo es nuestro Dios. La llamamos la del “hijo pródigo”. “Pródigo” tiene sentidos diferentes según la RAE: “se dice de una persona que consume su hacienda en gustos inútiles sin medida ni razón”; y también de quien “es muy dadivoso “ o bien, de aquello “que tiene o produce gran cantidad de algo”; la tierra es pródiga si nos ofrece buena cosecha.
Dicen los especialistas que se ha de entender la parábola más como la del “hijo pródigo”, como la descripción del Dios de Jesús, del Padre.
Él es el protagonista: en la parábola se manifiesta su reacción ante el diferente modo de ser de sus hijos. Es el Dios que, a pesar de las ofensas, desobediencias, del extravío de un hijo, que se aleja de la casa paterna; corre a abrazarlo cuando éste -arrepentido- vuelve.
Es un Padre que no entiende que el hermano no se una a la fiesta, porque es Dios de fiesta, de fiesta del amor, fiesta porque el hijo perdido se ha encontrado, porque puede abrazarlo y tenerlo en su casa.
¡Qué feo papel hace el hijo mayor! Seguro de sí mismo, desprecia a su hermano: nada de amor a él, ni le llama hermano “ese hijo tuyo”, dice hablando al Padre común, es escoria. No sabe de amor y por ello tampoco de fiesta, de celebración. La vida la reduce a cumplir lo que le corresponde; pero sin sentimientos, como un autómata. Renuncia a lo más humano, lo que vivimos en nuestro interior, a sentir el afecto; y por ello a la celebración, a la fiesta, al banquete.
No es “pródigo”, porque no ha malgastado la herencia; pero tampoco lo es por ser dadivoso, generoso.
Tampoco compasivo, no tiene sentimientos de afecto hacia nadie: ni hacía el padre, para él es el amo, el que da órdenes, ni hacia el hermano, que no reconoce como tal. Lo contrario del Dios de Jesús, del de la parábola.
Son tres personajes en los que podemos mirarnos. ¿De quién nos vemos más cerca o más lejos?


LECTURA DEL DÍA
Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo
Ex 17, 3-7
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, fue a protestar contra Moisés, diciéndole: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?” Moisés clamó al Señor y le dijo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Sólo falta que me apedreen”. Respondió el Señor a Moisés: “Preséntate al pueblo, llevando contigo a algunos de los ancianos de Israel, toma en tu mano el cayado con que golpeaste el Nilo y vete. Yo estaré ante ti, sobre la peña, en Horeb. Golpea la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”.
Así lo hizo Moisés a la vista de los ancianos de Israel y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la rebelión de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
Rm 5, 1-2. 5-8
Hermanos: Ya que hemos sido justificados por la fe, mantengámonos en paz con Dios, por mediación de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido, con la fe, la entrada al mundo de la gracia, en el cual nos encontramos; por él, podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios.
La esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado.
Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.


EVANGELIO DEL DÍA
Lectura del santo evangelio según san Juan
Jn 4, 5-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.
Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.
La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.
La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.
La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.
En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.
Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.
Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.
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