Las escuelas de entrenamiento, adoctrinamiento y formación se constituyeron en otra de las aberrantes formas en que los menores fueron usados para el conflicto que se libra en Colombia desde hace décadas, haciéndolos partícipes de las prácticas más atroces de las que se pueda tener conocimiento.
Allí no solo los moldearon para la guerra, sino que los convencieron de que la lucha armada era el camino que debían seguir para subsistir y para acabar al “enemigo”.