Había una vez en una soleada tarde de primavera en las calles empedradas de París, un queso semicurado yacía abandonado en medio de la vía. Su aroma embriagador se mezclaba con el aire parisino, atrayendo a los transeúntes que pasaban a su lado. Pero, por desgracia, este queso no era un objeto de deseo para todos. Manuel, un gallego amante de los quesos, paseaba por la ciudad disfrutando de su estancia en la capital francesa. Mientras caminaba por una estrecha callejuela, su ojo entrenado para reconocer los tesoros lácteos, se posó en el queso abandonado. Su corazón latió más rápido y sus papilas gustativas se regocijaron solo con la idea de probarlo. Sin pensarlo dos veces, Manuel se agachó y recogió el queso. Para su sorpresa, al sostenerlo en sus manos, notó que era de una calidad excepcional. La textura era perfecta y el olor era tan tentador que Manuel apenas podía contener su emoción. Estaba convencido de que había encontrado un tesoro culinario. Sin embargo, lo que Manuel no sabía era que aquel queso había sido tirado intencionalmente por un vecino de la zona. Este vecino tenía una profunda aversión por las palomas que frecuentaban la calle y decidido a librar su entorno de estas aves, había ideado un plan maquiavélico. Había untado el queso con un veneno mortal para las palomas y lo dejó estratégicamente en la vía pública. Ajeno a la malicia del vecino, Manuel llevó el queso a su apartamento. Con gran anticipación, cortó una porción y la llevó a su boca. El sabor era celestial, un deleite absoluto para su paladar. Pero poco después, empezó a sentirse mal. Los efectos del veneno comenzaron a hacer estragos en su cuerpo. Mientras Manuel luchaba contra los efectos del veneno, la noticia de su descubrimiento se extendió rápidamente por toda la ciudad. La historia del queso semicurado abandonado en la calle y el trágico destino de Manuel se convirtieron en tema de conversación en cafés y bistrós. Los amantes del queso quedaron horrorizados y el vecino, que había intentado envenenar a las palomas, se convirtió en el blanco de la ira de la comunidad. Afortunadamente, la rápida intervención médica permitió salvar la vida de Manuel. Pero el incidente dejó una huella imborrable en su memoria y en la de todos aquellos que escucharon la historia. El queso semicurado encontrado en la calle de París se convirtió en un símbolo de la importancia de la precaución y la prudencia al encontrar algo aparentemente valioso. Desde entonces, la historia del queso semicurado y la odisea de Manuel se relatan como una advertencia sobre los peligros ocultos que pueden acechar en las cosas que parecen demasiado buenas para ser verdad. Y aunque el vecino malintencionado nunca fue atrapado, su acto vil sirvió como recordatorio de que el odio y la maldad no tienen lugar en la búsqueda de la felicidad y el disfrute de las pequeñas alegrías de la vida, como un buen queso semicurado.José Pardal
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