A pesar de ser un género nacido al abrigo de los años 80, el cyberpunk está hoy más de moda que nunca precisamente porque para un futuro plausible, que no deseable.

Estoy obsesionado con este género, el ciberpunk, que encontramos principalmente en literatura y cine, aunque también en música, cómics y videojuegos. Estoy tan obsesionado que incluso escribí una novela con él como protagonista: Cuando la Singularidad nos alcance. 

Mi obsesión tiene un motivo: el cyberpunk es puro antagonismo, la confrontación de dos futuros posibles que se materializan en una realidad; una sociedad con un elevado nivel de avances tecnológicos que, sin embargo, vive a la sombra de ellos en un mundo opresivo, caótico, pobre y controlado por intereses oscuros. La esperanza se inyecta en bits, se traga en píldoras de momentánea huida hacia un lugar mejor fuera de la realidad. Llueve ahí afuera. Se derriten las manchas de polución que empañan neones omnipresentes. La ciudad te asfixia y los cables se arremolinan a tu alrededor, como hilos de la marioneta en la que te has convertido. Bienvenido a un mundo cyberpunk. 

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