Bancos, aseguradoras y esclavos: el origen de Wall Street

15 ago 2022 · 9 min. 11 sec.
Bancos, aseguradoras y esclavos: el origen de Wall Street
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Hace más de 400 años llegaron a Estados Unidos los primeros esclavos africanos. La evolución posterior y el crecimiento del país a lo largo de los siglos no podría entenderse...

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Hace más de 400 años llegaron a Estados Unidos los primeros esclavos africanos. La evolución posterior y el crecimiento del país a lo largo de los siglos no podría entenderse sin ellos. Su impacto económico fue incalculable.

Y aunque hasta la fecha no ha dado sus frutos, en las últimas décadas son varias las asociaciones que exigen indemnizaciones para los afroamericanos. Se denuncia así la esclavitud sufrida durante siglos por sus ancestros y se reclaman reparaciones al estilo de las que se concedieron a los judíos e Israel por Alemania.

En el centro de la polémica están los bancos y las aseguradoras, que en mayor o menor medida estuvieron vinculados por el comercio humano. Hablamos de entidades bancarias como JP Morgan, Bank of America, Royal Bank of Scotland o el desaparecido Lehman Brothers, o de aseguradoras como Aetna, New York Life Insurance o Lloyd's of London.

En el año 1625, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales fundó Nuevo Amsterdan, hoy Nueva York, en el valle del río Hudson. Era un asentamiento estratégico que permitía controlar el comercio de pieles a través del río. Poco después, en 1653, para protegerse del ataque de los nativos norteamericanos y de los ingleses, los colonos holandeses construyeron en el límite norte de la ciudad un muro, hecho de madera y barro.

Bueno… realmente ellos no lo construyeron, lo mandaron construir. Fueron los esclavos africanos traídos a la colonia los que lo llevaron a cabo. Aunque años más tarde los ingleses derribaron aquella fortificación, el nombre de Wall Street sigue recordando a aquel muro. No fue lo único que hicieron los esclavos, que también se encargaron de despejar los bosques, construir los caminos, los molinos, los puentes, las casas, el muelle, la prisión, la iglesia... Y, por supuesto, eran la mano de obra que alimentaba a gran parte de las diferentes industrias.

Entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, ya en manos de los ingleses y renombrada como Nueva York, la ciudad experimentó un rápido crecimiento, impulsado por el trabajo de los esclavos. Y viendo que todavía podían sacarles más rendimiento, decidieron entrar de lleno en el negocio del comercio de esclavos.

En 1711, el gobierno local aprobó la creación del primer mercado de esclavos de la ciudad. Precisamente en Wall Street. Aquel mercado, conocido como Meal Market, porque en él también se vendían grano y carne, fue clave en el comercio transatlántico de esclavos. Los barcos negreros, procedentes de África, llegaban a Nueva York cargados de esclavos que se vendían como mano de obra, sobre todo para las plantaciones de algodón. Y desde el mismo puerto se distribuía el propio algodón.

Era una plaza tan importante que casi la mitad de los beneficios generados por el algodón en Estados Unidos acababan en Nueva York, gracias a los ingresos que obtenían los bancos, las aseguradoras y las empresas de transporte.

Así, a las aseguradoras de los barcos, a los grandes comerciantes, y a los bancos que financiaban tanto los viajes como a los terratenientes, no les quedó más remedio que estar cerca de sus inversiones. En 1792, a la altura del número 68 de Wall Street, 24 empresarios y comerciantes de la ciudad firmaban un acuerdo para crear un mercado de acciones ordenado y regulado, germen de la actual bolsa de Nueva York. Sí, los orígenes de Wall Street también están relacionados con la esclavitud.

Los bancos prestaban dinero a los propietarios de esclavos, y los aceptaban como garantía. Cuando los propietarios de estos esclavos incumplían los pagos de sus préstamos, los bancos se convertían en sus nuevos propietarios. Por su parte, los propietarios de plantaciones aseguraban sus bienes, firmando seguros de vida con las aseguradoras para cobrar primas si fallecían sus esclavos. Por ejemplo, en 1856, por dos dólares se podía firmar una póliza de 12 meses y asegurar a un esclavo doméstico de 10 años, cobrando 100 dólares si llegaba a fallecer. Para uno de 45 años el coste era de 5 dólares y medio. Mientras que los armadores de los barcos negreros firmaban pólizas para seturar la 'carga' en caso de pérdida, captura o muerte.

Por supuesto, había disputas entre los distintos actores. En algunos casos, aseguradoras y armadores hasta llegaban a los tribunales, como ocurrió con el barco Zong.

El Zong partió de Santo Tomé, una isla en la costa occidental africana, con rumbo a Jamaica, en septiembre de 1781. El viaje tenía una duración prevista de unos dos meses. El problema es que el capitán del barco, un tal Luke Collingwood, no tenía una gran experiencia. Su único interés era el dinero.
Y cuantos más esclavos llevase, más dinero podría ganar. Cargó a 442 personas a bordo, muy por encima de lo normal. El hacinamiento, la desnutrición y las enfermedades empezaron a pasar factura: fallecieron 60 esclavos y 7 miembros de la tripulación.

En noviembre, cuando ya tenía que haber llegado a su destino, el capitán se da cuenta de que ha cometido un error de navegación, y que aún le quedaba un mes más para llegar a puerto. Collingwood empieza a hacer cuentas, y calcula que si seguían muriendo o enfermando, perdería 30 libras por cabeza. Reunió a la tripulación, y les explicó la situación: el seguro suscrito aseguraba la pérdida, captura o muerte de los esclavos, pero exceptuaba los casos de muerte natural, por enfermedad o suicidio. Así que Collingwood propuso tirar por la borda a los esclavos enfermos.

De esta forma, y utilizando la echazón, figura del Derecho Marítimo que permite al capitán arrojar al mar parte de la carga con el fin de salvar el resto, eliminaba a los esclavos enfermos a los que no los habría cubierto el seguro. La justificación para utilizar esta figura era que no tenían suficiente agua para cubrir las necesidades de la tripulación y lo que llamaban 'carga'. Durante varios días, fueron tirando esclavos por la borda; al principio, mujeres y niños y, más tarde, los hombres. En total, 133.

Cuando ya estaba acabando el mes de diciembre, el Zong llega a Jamaica con 208 esclavos. Tras venderlos, William Gregson, el armador, reclamó a la aseguradora 4.000 libras por los esclavos perdidos. La aseguradora se negó a pagar, alegando que se trataba de "un mal manejo de la carga". El caso llegó a los tribunales, no por los asesinatos, sino por si la indemnización procedía, o no. Dos años más tarde, comenzó el juicio en Londres, solo con las declaraciones de la tripulación, porque el diario de a bordo se había perdido de forma misteriosa.

En el juicio, se dio la razón a los armadores, pero la compañía de seguros apeló, llevando el caso a la Corte Suprema. Allí, la aseguradora presentó pruebas de que en el barco había agua más que suficiente para toda la tripulación y los esclavos. Todo ello, mientras el abolicionista inglés Granville Sharp pidió que se juzgase el caso por asesinato. El presidente de la Corte Suprema dio la razón a la aseguradora, acusó a la tripulación de negligencia, y anuló la sentencia anterior. Aunque, eso sí, desestimó tratar el caso como asesinato. De hecho, puso como ejemplo que sería lo mismo que si la carga hubiera sido de caballos.
Algunas de las compañías implicadas han reconocido su participación en el comercio de esclavos. La aseguradora Aetna ha pedido perdón por estos casos. Mientras que JP Morgan, tras consultar los archivos, descubrió que aceptaron unos 13.000 esclavos como garantía, y terminaron siendo dueños de más de 1.000. También se disculpó, pero descartó las reparaciones económicas.
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Autore elEconomista
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