Así eran las prisiones para morosos en la Edad Media

20 giu 2022 · 11 min. 36 sec.
Así eran las prisiones para morosos en la Edad Media
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Aunque pueda parecer lo contrario, la morosidad no es un fenómeno reciente. Es más antigua incluso que el propio dinero, ya que hasta en la época del trueque y el...

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Aunque pueda parecer lo contrario, la morosidad no es un fenómeno reciente. Es más antigua incluso que el propio dinero, ya que hasta en la época del trueque y el intercambio de bienes, cuyo pago en ocasiones se aplazaba, ya se producían situaciones de impagos de deudas.



Lo que ha evolucionado en este tiempo es la forma de tratar a dichos morosos. En aquellos tiempos pretéritos, las normas más primitivas, o incluso la inexistencia de las mismas, provocaban que estos conflictos acabasen resolviéndose por medio de la violencia, llegando en muchas ocasiones a provocar la muerte del moroso si no podía afrontar sus deudas.



Con el paso del tiempo, las condenas por delitos de morosidad fueron evolucionando y humanizándose. En la Antigua Roma, podías acabar esclavizado para saldar una deuda pendiente. Más adelante, a los morosos se les humillaba en público para señalarlos y avergonzarles.



El punto álgido de la persecución a los morosos quizá se alcanzase entre la Edad Media y la segunda mitad del siglo XIX, cuando se extendieron por Europa las llamadas prisiones para deudores. En ellas eran encerrados los morosos condenado y, en ocasiones, se fijaba un tiempo de estancia, aunque lo más normal era que los reos solo lograsen la libertad tras cancelar su deuda.



El objetivo de estas condenas no era tanto hacer cumplir al sancionado con la obligación de pagar, sino presionarle para que acabase revelando bienes que tuviera ocultos o escondidos.



En Europa fueron conocidas las prisiones para deudores de Alemania, que usaban este castigo como método para obligar a que pagasen y, en otras ocasiones, para que no pudiesen huir, y asegurar así su asistencia al juicio contra ellos. Llegar a este punto era muy deshonroso para el deudor.



También en Países Bajos cobraron gran importancia estas edificaciones. Allí podían acabar los morosos que se negaban a comparecer en juicio, o los que no pagaban sus multas o deudas. Además, el paso por estas prisiones de deudores no cancelaba la cantidad debida ni sus correspondientes intereses.



Malta o Grecia son otros países que también contaban con este tipo de cárceles. Pero las más famosas e importantes de Europa fueron las británicas. Entre los siglos XVIII y XIX, más de 10.000 personas eran detenidas cada año por culpa de la morosidad.



Y como en tantos y tantos aspectos de la vida, dentro y fuera de la cárcel, los humildes lo tenían más complicado que los miembros de familias más pudientes. A los pobres, aunque estuvieran condenados por deudas míseras, les era imposible saldarlas y muchos acababan muriendo en prisión. Además, al ser una carga para los guardianes, que no tenían forma de aprovecharse de ellos, eran tratados con brutalidad.



La única opción para ellos era la caridad. Para ello, se habilitaba en estas prisiones de deudores una habitación, con una reja que daba a la calle, a través de la cual podían pedir limosna a los transeúntes.



Las condiciones eran algo mejores para los encarcelados bien posicionados a nivel económico, ya que muchos sobornaban a los guardias que, debido a sus bajos salarios, estaban abiertos a este tipo de acuerdos. Además, a estos acaudalados se les permitía recibir visitas e incluso hacer negocios, lo que aumentaba las opciones para saldar la deuda y conseguir la ansiada libertad. Las mujeres lograban mantener activos burdeles si sobornaban a los guardias. En algunas prisiones, como la famosa Fleet Prison de Londres, hasta les permitían vivir fuera de la cárcel, en las calles cercanas.



Sin embargo, hasta para los más afortunados, la vida en estas prisiones estaba lejos de ser ideal. Lo contaba en una carta enviada a un amigo Samuel Byron, hijo del famoso escritor, allá por 1826. "¡Qué barbaridad puede ser mayor que los carceleros (sin que medie provocación) carguen de grilletes a los prisioneros, los encierren en mazmorras, los esposen, les nieguen las visitas de sus amigos y les fuercen a pagar cantidades excesivas por su alojamiento, vituallas y bebidas; que abran sus cartas y se apropien de las limosnas que les envían! (…) la prisión por deudas inflige una mayor pérdida al país, en forma de desperdicio de potencia y energía, que los monasterios y conventos en el extranjero y entre los pueblos católicos (…) Holanda, el país más incivil del mundo, trata a los deudores con benevolencia y a los malhechores con rigor; Inglaterra, en cambio, se muestra indulgente con los asesinos y ladrones, pero a los pobres deudores se les exigen imposibles".​



Algunas de las cárceles más famosas de Reino Unido, además de la citada Fleet Prison, fueron, por un lado, la cárcel de Marshalsea, en la que estuvo detenido el padre de Charles Dickens, por una deuda con una panadero, y que el escritor retrató con toda su crueldad en algunas de sus novelas; o, por otro, la King's Bench Prison. No obstante, la más conocida, sin duda, fue The Clink, quizá la prisión más antigua de Reino Unido. Perteneciente al obispo de Winchester, recibió su nombre por el sonido metálico que se producía cuando se cerraban las puertas de la cárcel. El nombre se utiliza aún hoy en día como sinónimo de estar en prisión.



El general británico James Oglethorpe, miembro del Parlamento, conoció las condiciones de las prisiones de deudores a través de un amigo suyo, condenado por moroso. En 1728 presidió una Comisión de Investigación que descubrió que, como ya imaginaban, se debían mejorar las situaciones de estas cárceles y dar salida a los morosos detenidos, ya que dicha reclusión impedía poder recuperar el dinero que debían.



Esta Comisión logró una modificación de las leyes, que hizo que muchos morosos fueran puestos en libertad, tal y como se había pedido. ¿Cuál era el problema? Que nadie contrataba a los deudores. Sin salida, muchos acababan delinquiendo para volver de nuevo a prisión.



Otra vez Oglethorpe se puso a buscar una solución y la encontró al otro lado del Atlántico, en el llamado Nuevo Mundo. Junto a un grupo filantrópico creó el Patronato para el establecimiento de la colonia de Georgia. Así, solicitaron al rey, Jorge II, la carta real y la concesión de tierras para dicho establecimiento.



De esta manera, la metrópoli ahorraba los gastos de manutención en la cárcel, se libraba de potenciales delincuentes, reforzaba sus posiciones en América y, por si fuera poco, con el nombre de la colonia, Georgia, se lanzaba un guiño al rey. En abril de 1732 aprobaron la propuesta.



En noviembre de ese año, Oglethorpe partía rumbo a América con una tripulación formada por 100 colonos, en su mayoría morosos, pero también había reclusos perseguidos por cuestiones religiosas. Cuatro meses después de partir llegan a Savannah, que acabaría siendo la primera capital del Estado.



Este era, por cierto, un territorio que reclamaban los españoles, que fueron los primeros en asentarse allí en una misión encabezada por Lucas Vázquez de Ayllón. Sin embargo, aunque tardaron poco en abandonarlo por el mal tiempo y las enfermedades. Fue Pedro Menéndez de Avilés, el 'adelantado', el que, a mediados del siglo XVI, consumó la conquista definitiva tras vencer a los franceses. No obstante, España, que no le veía gran valor a la región, ni siquiera protegió militarmente la zona, en manos de órdenes religiosas.



El conflicto entre británicos y españoles acabó resolviéndose en la Guerra del Asiento, en la que vencieron los hombres de Oglethorpe. Además, el comandante inglés fue capaz de resolver de forma amistosa los problemas con los nativos. También estableció normas muy avanzadas para la época en la región, incluyendo la igualdad agraria, para apoyar y perpetuar la agricultura familiar, y, sobre todo, la ilegalización de la esclavitud.



Durante 10 años, la colonia sobrevivió siguiendo la normativa desarrollada por Oglethorpe. Pero en cuanto este regresó a Londres, todo se vino abajo en aquel territorio de ideas utópicas. Sin esclavos, la mano de obra se reducía a la de los propios colonos. Una condición que, decían, limitaba su productividad respecto a la del resto de colonias. Sus vecinos de Carolina del Norte y del Sur prosperaban gracias al cultivo de maíz y arroz, explotando mano de obra esclava. Mientras que en Georgia no lograban producir lo suficiente como para exportar, y el alto precio de los productos importados les llevaba a recurrir al contrabando de productos españoles a través de Florida.



Así, olvidando su pasado en prisión y las penurias que habían vivido, decidieron levantar la prohibición y recuperar a los esclavos. Aprendieron que esta era la fórmula más rápida para aumentar sus beneficios.
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