Apocalipsis-186 De Génesis a Apocalipsis

16 set 2022 · 11 min. 17 sec.
Apocalipsis-186 De Génesis a Apocalipsis
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De Génesis a Apocalipsis  Hemos llegado al final del libro de Apocalipsis. Desde que comenzamos este viaje a través de la Biblia, hemos contemplado a Dios y descubierto su buena...

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De Génesis a Apocalipsis 
Hemos llegado al final del libro de Apocalipsis. Desde que comenzamos este viaje a través de la Biblia, hemos contemplado a Dios y descubierto su buena voluntad para la humanidad. Hemos visto que nos creó para que tuviéramos comunión con él. Pero esta comunión fue arruinada cuando el hombre quiso tomar las riendas de su destino.
Así como el ángel Satanás se había rebelado contra Dios, queriendo ser él mismo un dios, el ser humano despreció la voluntad de Dios para seguir la suya propia.

La Palabra de Dios nos presenta a Jesucristo desde el Génesis hasta el Apocalipsis, mostrando a la humanidad el plan de rescate que Dios ofrece. Vez tras vez hemos visto cómo a pesar del amor y la paciencia de Dios, todos, incluso los que deseamos a Dios, caemos en la trampa de la vieja serpiente, queriendo el control que solo pertenece a Dios. Mas Cristo, el Cordero, siempre ha estado ahí, ofreciendo salvación a todo el que la pide. 

Al final del libro de Apocalipsis leemos cómo Dios establecerá un reino eterno, en el que no existirá mal ni sufrimiento. La descripción de este nuevo cielo y esta nueva tierra en estos últimos capítulos nos recuerda al mundo que Dios creó en el principio.

Narra Juan: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.  En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (22:1-5).

Esta nueva creación se asemeja al huerto donde Dios puso al ser humano al principio de la creación. Sin embargo, aquí no habitará solo una familia, sino que las multitudes que han confiado en Cristo disfrutarán este paraíso por la eternidad.

En el principio, el hombre vivía en un huerto rodeado por ríos, donde había todo tipo de árboles, donde Dios venía y paseaba con ellos diariamente, y el hombre y la mujer llevaban en sí la imagen de Dios. Y esta ciudad celestial que describe Juan en Apocalipsis, tiene el río que brota del trono de Dios, y a uno y otro lado del río el árbol de Vida que da un fruto diferente cada mes del año. ¡Ya quisiera yo un árbol así en mi casa! Y encima, sus hojas curarán todas las enfermedades. Este era el plan de Dios para su creación original. Dios nos creó para que pudiéramos disfrutar de Él y de sus regalos. ¡Cuántos miles de años hemos desperdiciado por nuestra rebelión! Mas Dios, que es grande en misericordia, ha orquestado los acontecimientos para traer justicia a la Tierra. ¿Por qué no antes? ¿Por qué tanto sufrimiento? El que confía en él para salvación, verá su rostro, y entonces, si esas dudas no han sido disipadas a la luz de su gloria, podremos pedirle que resuelva cualquier duda, así como enjugará toda lágrima que hasta allí llegue, porque allí “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (21:4)


¿Y quién podrá disfrutar de este nuevo hogar?

En los versículos 7 y 8 del capítulo 21, Juan escucha al ángel decir: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” 

En 27 leemos que “no entrará en la ciudad ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.” 

Nos dice el texto los que no entrarán. No habrá allí inmundicia, abominación o mentira, y no entrarán por tanto cobardes, incrédulos, abominables, homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras, o mentirosos. Todos los que eligieron esto sobre Dios irán al lago de fuego y azufre. 

xxY el texto confirma que los que estén inscritos en el libro de la vida entrarán en la ciudad, y que los vencedores heredarán todas las cosas.

En el versículo 5, El Señor Jesús dijo: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.”

La última vez que vimos a Cristo decir “Hecho está” fue en la cruz del Calvario, cuando voluntariamente dio su vida para salvar a todos los que entrarán a morar en esta nueva creación.

En el versículo 6 dice también “Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” Como leemos en los evangelios (Juan 4:14), Jesús sigue dando su agua viva a todo aquel que se declare sediento y en necesidad.  

Entonces, ¿Hasta qué punto podemos declararnos vencedores los herederos, como dice el texto? Obviamente no vencemos por nuestros propios méritos. Una vez más, los vencedores son aquellos que han puesto su fe en el Cordero, los que han sido inscritos en el libro de la vida del Cordero. 

A todos nosotros, Dios nos declara vencedores en el nombre de aquel que nos amó y dio su vida por nosotros (Romanos 8:37). Y para los que en él confían, “no habrá más maldición” (22:3-5):

En el Edén, Adán y Eva vivían disfrutando de las bendiciones de su Creador hasta que escucharon la voz de la serpiente antigua y decidieron dejar a Dios para seguir su propio camino. Ahí entró la maldición en el mundo, nos recuerda Pablo en Romanos. Por un hombre, Jesús, vino al mundo el antídoto a esa maldición generalizada. Cristo trajo salvación que puede ser para todo el que la desee, mas la maldición generalizada estará presente en el mundo hasta ese día en que el mal será erradicado eternamente. En la nueva creación de los redimidos por Cristo ya no habrá más maldición,  “y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes.” 

Pertenecientes a los redimidos por el Cordero, tendremos todas nuestras necesidades satisfechas. “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.”
Juan acaba el libro anunciando la venida inminente de Cristo. “Y el Espíritu y la Esposa (que es la iglesia) dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.”

Aquí lo tenemos, una invitación abierta, no solo para disfrutar a Cristo en esta vida, sino también para pertenecer a los habitantes de este prometido hogar celestial. La condición es tan sólo reconocer nuestra sed, y querer tomar del agua viva que se nos ofrece. 

En los evangelios leemos que todo aquel que ve su necesidad de Cristo y pide por fe que este la supla, tiene vida eterna. Arrepentimiento y fe son el único requisito, porque la obra ya se hizo en el Calvario. ¡Hecho está!

Dijo Jesús en Juan 4:14: “el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Habiendo oído lo que Dios ha hablado en su Palabra, ¿reconocerás tu sed y pedirás a Cristo que te dé del agua viva?
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Informazioni
Autore David y Maribel
Organizzazione David y Maribel
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