El narrador, buscando refugio de la epidemia, se traslada a la casa de un amigo en el campo, ubicada a orillas del río Hudson. 

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En ese ambiente apartado, ambos intentan mantenerse alejados de las noticias alarmantes de la ciudad y de la enfermedad.   El narrador, sin embargo, comienza a experimentar una creciente sensación de ansiedad y miedo debido a la epidemia. Este temor se intensifica cuando, un día, mientras se encuentra sentado junto a la ventana, ve lo que describe como una gigantesca criatura monstruosa que se mueve lentamente en el horizonte, descendiendo por la ladera de una colina. El narrador queda paralizado por el terror, convencido de haber sido testigo de un presagio apocalíptico.   El miedo del narrador lo lleva a relatar el encuentro a su amigo, quien inicialmente escucha la historia en silencio. Después de escuchar la descripción de la criatura, su amigo toma un tono más racional y científico, sugiriendo que lo que el narrador vio no fue un monstruo, sino una simple ilusión óptica. Explica que lo que el narrador observó era en realidad una pequeña esfinge, un insecto de tamaño ordinario, que se encontraba muy cerca de su ojo, pero que debido a un error de perspectiva, el narrador la percibió como una figura gigantesca y lejana.   El cuento concluye con el narrador aceptando la explicación lógica de su amigo, reconociendo que su miedo y el estado emocional en el que se encontraba le llevaron a malinterpretar lo que había visto.